¿Reforma educativa sin maestros?
Luis Petersen Farah
2013-02-03
Lo que sigue es acercarse a los maestros, supongo. Está claro
que el magisterio está contra la reforma educativa. Y también está claro
que esto lo enfrenta con el gobierno federal, con los diputados, con
los senadores, con los congresos estatales que hicieron constitucionales
los cambios propuestos (se requerían 17), con los partidos del Pacto
por México, con los numerosos y diversos grupos de académicos y de
empresarios que se han formado alrededor de la calidad educativa y con
muchos padres de familia que han aumentado sus exigencias para la
educación de sus hijos.
La reforma pasó, qué bueno. Este encuentro, largo, defensivo y
tedioso, como cualquier clásico, llegó al minuto 90 y al sindicato no le
queda más que prepararse para, dentro de un par de meses, jugar el
siguiente partido y anotar su gol en la discusión de las leyes
reglamentarias.
Ahora sí están entrenando. Así se puede entender que, todavía la
semana pasada, cerca de 400 maestros de Nuevo León se hayan plantado a
protestar mientras el Congreso convertía a ese estado en el número 24 en
aprobar los cambios a la Constitución enviados por el Congreso de la
Unión.
Trabajan para lo que viene. En Nuevo León y en muchas otras partes el
SNTE ha lanzado un plan de trabajo para convencer a los padres. Más que
invitarlos a sopesar la importancia de que los maestros tengan o no
tengan sus plazas garantizadas, o de llevarles a pensar cómo mejorar la
educación de sus hijos, los maestros organizados se lanzaron en defensa
de la escuela pública y la gratuidad de la educación. A estas alturas,
ese discurso todavía pega: lograron que un número de padres se
adhirieran al miedo infundado por la desaparición de la escuela para
todos. Llevaban en Nuevo León 60 mil firmas.
¿Qué puede seguir de aquí? No hay más remedio: el siguiente paso de
las autoridades educativas es acercarse. Después del golpe en la mesa,
tender la otra mano a los maestros con un verdadero liderazgo educativo.
El problema no son los cambios a la ley sino que la reforma educativa
no cuente con los docentes. Si de lo que se trata es de mejorar la
calidad del aprendizaje, hay mucho camino por recorrer junto con ellos.
Porque nadie sensato puede pensar en la calidad educativa sin mejorar la
infraestructura, tecnología o los materiales; pero sobre todo, nadie
puede siquiera imaginar esa calidad si no hay cambios hondos en los
maestros. Cambios que no pueden ser sino voluntarios. El tema ahora es
que, con ley o sin ley, no habrá una mejoría en la calidad educativa si
no se cuenta con su disponibilidad y su flexibilidad; si no se cuenta
con su esfuerzo por aprender cosas distintas y tal vez demasiado
“nuevas”. Y dejarse evaluar por ello.
Sin el apoyo de los maestros, no hay reforma constitucional que
valga. La verdad, nos tardaríamos un siglo para obtener resultado.
Veremos qué sigue.
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